sábado, 1 de noviembre de 2008

Rojo

Ayer me senté a contar los pistilos de un carbonero rojo con Nancy, pero no terminé. Cuando llegaba por ahí al doscientos treinta y cuatro, el sonido de un cañón se me introdujo en el oído, me hizo perder la cuenta y se quedó un largo tiempo resonando como una campanada en mi cabeza, como el fastidioso sonido de un mosquito, pero multiplicado por mil. Pero nadie había disparado nada, sólo nos encontrábamos ella, el vendedor de chicharrón del parque Centenario y yo. Entonces, al revivir la imagen de Cristian de pie al borde del abismo y su posterior discurso en medio de la noche me dieron ganas de llorar, porque a veces eso es lo único que queda.
Hacía como dos mese habíamos ido a acampar al Salto del Duende, con unas cuantas cobijas viejas, tres botellas de Vino Moscatel, dos amigos, Nancy y las primas Serrano. Esa noche en el duende Cristián estaba muy borracho, y lo malo de eso, es que uno puede perderle el respeto a las alturas y terminar en el fondo del abismo. Los otros pelaos estaban entretenidos con las primas Serrano, mientras Nancy y yo tratábamos de convencer a Cristian de acostarse a dormir. Le habíamos preparado una cama entre los matorrales con las cobijas, queríamos que se durmiera, porque ya estaba demasiado cansón, cuando de golpe salió corriendo y de un solo salto quedó de pie, un poco tambaleando, pero de pie al borde del abismo, en la piedra del rey león como le decíamos. Era casi medianoche y aunque la luna no iluminaba más que unas cuantas latas de zinc en el fondo del cañón, aun así se podía sentir la inmensidad del vacío de más de doscientos treinta y cuatro metros, el viento se levantaba desde el fondo del salto, trayendo con él, el olor a mierda de cerdo y gallina de los galpones que hay por esos lados. En seguida Cristian colocó su mano en el pecho y comenzó a gritar monosílabos y luego, palabras y con ellas se despedía.
“Chao, chao, ¡se acabó!
Ya no habrá más dolor en la vida de este bueno para nada.
Los hombres y las mujeres de bien, dejarán de verme como un perdedor, porque en un mes me voy. Los campos de ganado del norte me esperan, y volveré.
Con plata… ¡Que hijueputas!
Y usted Pedro es un cobarde, gallina, huele a mierda, como la mierda de éstos galpones”
Entonces abracé a Nancy y cerré los ojos esperando abrirlos y no encontrar a Cristian, mientras tanto él, tambaleándose y solo sosteniéndose en el viento, cayó de frente sobre nosotros. Gran marica- le dije-, si se quiere matar, hágalo solo. A la mañana siguiente el guayabo casi no lo dejaba caminar y terminamos cargándolo entre todos, unas veces los pelaos y otras veces Nancy y yo.
Después de eso me pregunto si soy un cobarde, y a Nancy también le pregunto, y ella no me responde, tan solo me dice que no, que eso solo eran las palabras de un borracho, y que en el fondo él no quería decir eso, sin embargo yo se que Cristian tiene razón.
Como una semana después nos encontramos de nuevo en el parque, Nancy estaba comprando un mango biche con sal frente al antiguo teatro Santander, cuando Cristián y los dos pelaos llegaron con morral al hombro, se iban para el norte a trabajar con unos ganaderos, mientras Cristian contaba los por menores del nuevo trabajo; y la buena paga que iría a recibir por arriar ganado, Nancy llegó con los tres mangos finamente picados y sazonados con sal, limón y pimienta. Los repartimos entre todos y seguimos hablando del viaje, de nuevo él me trató de convencer para ir con ellos, pero todos sabían muy bien que yo no iba a dejar a Nancy, entonces la tomé de la mano y decidimos irnos por entre los carboneros, derrotados como los cobardes que somos, esos que prefieren la tranquila sombra de un árbol de flores de mil pistilos rojos en el parque centenario, a una vida de dicha en el norte.
Ayer en la tarde estaba esperando que Nancy saliera del colegio, mientras tanto recorrí el parque buscando dónde comprar un paquete de papas o algo así, pero no las encontré. A cambio encontré un titular en un periódico rojo como los pistilos del carbonero, que decía: “Encontrados Muertos tres jóvenes en una fosa común a doscientos treinta y cuatro kilómetros al norte de Bucaramanga”. En seguida llegó ella, le di un beso tembloroso y con rabia, luego nos sentamos en el prado y comenzamos a contar los pistilos de una flor de carbonero rojo.
FinBogotá; 27 octubre 2008.

Texto de ficción, creado por Victor Hugo Niño (Bombillo) a partir de la noticia http://www.caracol.com.co/nota.aspx?id=677742

No hay comentarios: